viernes, 7 de agosto de 2009

El arte del cine en la poética de Alicia García Bergua

Alicia García Bergua en las Guías de lectura

El arte del cine en la poética de Alicia García Bergua
Joel Phillips


Alicia García Bergua nació en la Ciudad de México el 9 de septiembre de 1954. Poeta, ensayista y traductora. Estudió filosofía en la FFyL de la UNAM. Ha sido editora de publicaciones científicas y, entre otras, de La Jornada Semanal y la revista Este País. Escribió con Antonio Serrano dos obras de teatro: A destiempo y Doble cara. Es miembro del SNCA desde 2001. Entre su libros destacan los de ensayos, Memoria e historia, la soberbia del olvido y Las pasiones de la inteligencia; y de poesía, Fatigarse entre fantasmas, La anchura de la calle y Una naranja en medio de la tarde.

En entrevista con la Coordinación Nacional de Literatura, Alicia rememora su infancia y adolescencia cinéfila que vivió entre los cines, a los que asistía de manera religiosa, y las películas que veía en casa, su entrada tardía a la escritura y el encuentro permanente con personalidades de la literatura mexicana que la han apoyado y le han externado su entusiasmo por su labor como poeta.

El Cine y la literatura: herencia de pasiones

Alicia García Bergua recuerda con claridad que el primer acercamiento a la literatura se dio en el seno familiar: “mi papá vivía en el mundo intelectual y yo había conocido a muchos escritores desde chica, pero yo no me veía como escritora”.

Siendo hija de Emilio García Riera, historiador y periodista especializado en cine mexicano, Alicia comenta que su casa estaba llena de libros del séptimo arte; ella misma no recuerda haber sido una niña lectora, pero sí que “como a los 6 años mi papá me regaló un libro detestable, La vida de la abejas de Maeterlinck, y nunca pude leerlo. Es bastante malo, incluso, Woody Allen, en una de sus películas se burla del autor. Sin embargo, con el tiempo comprendí que leer te ensancha el horizonte, te permite conocer otras personas profundamente y otros lugares, y te hace ver que hay un mundo más allá del que te rodea”.

“En ese aspecto, mi hermano era de los que leía desde los tres años, él fue el que me influenció, porque también era escritor. Lamentablemente falleció a los 22 años (en 1979). Él, mi hermana Ana y yo éramos bastante unidos. En lo personal me costó mucho entrar en el mundo de la lectura y de la literatura, aunque sí leía, por ejemplo, cuentos humorísticos de Max Wein que mi papá compraba, y, más grande, novelas del socialismo oficialista, porque mis padres eran republicanos españoles y, aunque no eran estalinistas, nos llegaba el boletín informativo de la URSS. Además, tenían libros como Banderas sobre las torres, que fueron de mis primeras ‘lecturas concientes’, a la edad de 15 años.

“De mi casa, algo especial que recuerdo, por ejemplo, fue la época en que mi papá me regaló La montaña mágica de Thomas Mann y luego, todos estábamos leyendo ese libro, que es una novela maravillosa sobre la cual platicábamos y discutíamos. También Gabriel García Márquez era amigo de mi papá y lo teníamos de visita, justo en la época del boom latinoamericano. Eso me motivó mucho a leer sus novelas. Leímos a Cortázar, a Vargas Llosa, fueron lecturas que compartimos en familia. De pronto adquirí una amplia cultura literaria.

“Por otra parte, como buen cinéfilo, mi padre nos tenía encomendado ir al ‘cine debate’ todos los domingos. Incluso nos pedía que copiáramos los créditos y le hiciéramos fichas, con sinopsis de las películas mexicanas que pasaban por televisión, de cierta manera trabajábamos para él y por eso he visto suficiente cine. Para mi hermana como narradora fue maravilloso.

“Gracias a esas actividades me di cuenta que se podía ver la realidad de México y del mundo a través del cine, el cual además de ser un testimonio interesante es un arte, aunque Octavio Paz no lo haya querido considerar así. Hoy día sigo siendo cinéfila. Mucha de mi visión, de la imaginería de mi poesía, está hecha a partir de haber visto cine. Aunque no predomina lo visual y no escribo con métrica, tengo oído para escribir poesía.

“En esa época, hubo una lectura que me llamó la atención. Fue De perfil de José Agustín, porque el personaje era alguien que se miraba al espejo, como yo, y en su imagen estaba el ánimo, la posibilidad de sentir y reconocerse, en su imagen estaba la posibilidad de escribir. Yo, de hecho, soy una escritora tardía. Empecé a tratar de escribir cuento y poemas como a los 19 años. Me sentía en desventaja con mi hermano, que estudió en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y se juntaba con sus amigos a platicar de los Contemporáneos.

“Sin embargo, yo también tuve amigos como Francisco Segovia y Carmen Boullosa, aunque no me sentía una escritora. Admiraba a los poetas. Conocí a Inés Arredondo, que era todo un personaje, al igual que su esposo, Tomás Segovia. Don Tomás nos llevaba a Tepoztlán y, para mí, él fue un maestro; la lectura de su obra fue el descubrimiento de la poesía. Si bien ya lo había leído, su forma de trasmitir esa libertad de la poesía me encantó, tanto como su charla y su manera de conversar.

Las tertulias en el Konditori

Amante del café, Alicia gusta de preparar una mezcla especial, fuerte, con cuerpo y aroma maduro pero equilibrado. Entre cada trago, deliciosamente amargo como suelen ser los recuerdos, Alicia mantiene sus ojos claros, serenos, fijos, mientras prosigue la conversación:

“Fue hasta cuando me uní al grupo de escritores que se reúnen en el restaurante Konditori cuando empecé a valorar mi propia voz y poesía. Es una especie de tertulia que frecuentan Fabio Morabito, Antonio Deltoro, Enrique González, Eduardo Pérez, Carmen Leñero, mi hermana Ana y yo, a veces llega Rosa Beltrán, y otros escritores, es un grupo al que ni las discusiones de 'AMLO' han podido separar.

“A partir de entonces empezó otra época de mi vida, porque ser poeta y sobre todo, mujer, es difícil. Los poetas hombres esperan que uno sea como la imagen que proyecta la persona. Las tertulias del Konditori son reuniones de un grupo de escritores que nos juntamos por un ansia tremenda de comunicar, de hablar, de intercambiar ideas y de conversar. Más que un taller somos un grupo de amigos, con los que cada uno se atreve a decir lo que piensa y a poner a juicio de todos lo que uno escribe. Algo que valoro mucho es que ellos respetan tu manera de escribir, te dicen ‘creo que quieres decir esto y no lo dices del todo… o no te arriesgas’ e impulsan tu verdadero camino, sin querer cambiarte.

“Mi primer libro es de lecturas implícitas, tanto de T. S. Eliot como de Paul Valèry, entre otros. Es decir, está mi propia voz, pero también esas lecturas y experiencias. Además, la parte final del libro coincide con una etapa en la que trabajé en el teatro, con Antonio Serrano. Hice una adaptación de Shakespeare que se llamó Doble cara y se representó en el Poliforum. En esa etapa pensé que la dramaturgia era mi camino, con el mismo Serrano hice una obra más de teatro y luego, con otros compañeros, dos películas. Por eso, el primer libro tiene de todo, pero en especial un matiz a partir de mis lecturas y experiencias.

“Por otra parte, no lo había comentado, pero soy amiga de David Huerta y hubo una etapa en la que esta relación fue más estrecha y él sí me influyó bastante, no tanto en mi poesía, sino en el sentido de alentar mi escritura. Sin embargo, la poética de David me costaba muchísimo trabajo entenderla, porque me siento diferente. Para mí, leer la poesía de alguien tan distinto constituye un desafío. A parte de David, estuvieron cerca escritores como Emmanuel Andrade, Carlos López Beltrán, Sergio Negrete. También me llevaba mucho con Beatriz Novaro.”

La escritura poética

Cuestionada sobre su quehacer poético y su obra reciente, Alicia empieza por definir su voz como una “poesía intuitiva” que trata de emociones, incluso intelectuales, es decir, que en el terreno de la poesía, las “curiosidades racionales” y las reflexiones pasan por el mundo de sus propias emociones, sentimientos y experiencias, afirma: “mi poesía no tiene una intención absoluta. Por ejemplo, creo que hay vidas extremas y la de Tomás Segovia es una de ellas. Sus poemas tratan del pensamiento, son reflexiones filosóficas sobre vivir diariamente, lo interesante de esa poesía es que pasa por el tamiz de su poética emocional y pasional, incluso dramática. En mi caso, tengo la visión de que la poesía es un universo emocional propio, que uno tiene que enfrentar y desarrollar literariamente, que la poesía sin emociones es un fetiche y no existe”.

“Lo que uno tiene que hacer como escritor es no obligarse, no calzar el zapato que uno siente que le luce, sino el zapato que tiene que ponerse en ese momento, el que le queda bien. Por eso, hay tanta escritura desalmada, porque la gente no pone el alma, sólo pone el conocimiento de cómo debe escribir o del estilo que debe seguir. En ese contexto, las vanguardias tuvieron su razón y esta fue emocional en su momento, representaba toda una atmósfera que se vivía en el mundo. Fueron el reflejo de una forma de vida, asumida como estilo literario.

“Actualmente, algunos todavía creen que versificar es hacer poesía, pero no es cierto, los que hacen canciones versifican, o sea, se puede versificar y elegir cierto metro para decir las cosas pero esto no hace al poeta. Por tal razón, creo que la gente debe de descubrirse a sí misma y que la estructura no sea un armazón que la apachurre y no le permita ser libre ni respirar. Porque finalmente escribimos poesía para expandirnos como personas, para ser como las ramas de los árboles que se extienden.

“Y si en lugar de hacer eso, uno se amarra los brazos con las ideas de poesía que tienen otros, entonces ya no se respeta la individualidad. Por lo anterior, siento que en esta época ser poeta joven es complicado. Mi generación no tenía respeto a la autoridad, y ahora es a la inversa: luchan porque se les reconozca. Esto sin olvidar que los poetas de mi generación, los adultos, ahora les exigen a los jóvenes ser como ellos nunca fueron.

El ensayo didáctico

“Estudié filosofía y me la paso escribiendo ensayos sobre el proyecto intelectual que hay en los poetas, porque cada uno tiene una forma de mente, una manera de pensar. Trato de imaginarme cómo es la mente de los otros poetas. Me gusta pensar que cada mente es un mundo y que, en cada una, las emociones y la curiosidades están expuestas de manera distinta. Eso es lo maravilloso de cada poeta, que Chumacero no es parecido a Octavio Paz, que ambos son absolutamente distintos, que ninguno de ellos es Neruda.

“Creo que vivimos en una época que entre tantos libros de autoayuda, entre tantas explicaciones prácticas de lo que uno es emocionalmente, uno no termina viviendo naturalmente sus emociones. Así que la literatura y, en general, el arte, tienen ese papel de enseñar a la gente a vivir con sus emociones, su propia vida.

“De tal forma, quizá se escuche obvio, ese tipo de situaciones son reales y suceden a cada momento. Antes teníamos las novelas complejas, los personajes de Dostoievski que de alguna manera enseñaban a la gente a vivir emocionalmente. Nadie juzgaba su salud o enfermedad, no había esa división entre la vida real (práctica) y la vida emocional. La gente no necesitaba explicarse utilitariamente todo lo que vivía.

Interrogada sobre su escritura reciente en este género, Alicia señala: “estoy escribiendo un ensayo sobre Incurable de David Huerta, porque creo que es un libro importantísimo. Incurable es interesante porque hay un discurso filosófico-emocional, así como un yo delirante, desesperado que trata de sobrevivir a partir de las palabras y el cómo las relata.

“Además, estoy redondeando un libro que creí que había terminado, lo empecé a escribir después de la muerte de mi padre, es todo lo contrario a Una naranja en medio de la tarde, porque son poemas que hablan de hechos concretos, como el paso del tiempo y la muerte.

“En este libro, siento que perdí ese tono confesional de mis primeros escritos, porque ya no soy joven. Soy una persona que pasó de los 50 años y eso tiene desventajas, pero literariamente tiene muchas ventajas, aquí coincido con Eliot, que concebía la poesía como el despliegue de una amplia gama emocional. Eso es lo que nos descubrió Dante a los occidentales, el despliegue de una gran gama de emociones, de eso trata La divina comedia: del encuentro con todas las emociones, con toda la gente, con todas las situaciones. En sentido opuesto, cuando uno es joven, el despliegue de esa gama emocional es muy intenso, a tal grado que a veces las emociones no permiten decir nada ni ver nada.

“Yo ahora estoy en una época en la cual siento que controlo más mis emociones y mis intereses están más por encima de los deseos momentáneos. Tengo una curiosidad más profunda.”