viernes, 19 de febrero de 2010

Prendida de las lámparas, de Elena Guiochins

La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2009/11/12/index.php?section=opinion&article=a04a1cul

Prendida de las lámparas
Por: Olga Harmony

Resulta muy difícil aprehender una personalidad tan compleja como la de Rosario Castellanos, aun con independencia de su talento como poeta y narradora que le dio un sitio muy relevante en la literatura mexicana del siglo XX. Feminista sin pertenecer a algún movimiento, promotora del Teatro Petén en Comitán, abogada de la causa indígena, distinguida universitaria, embajadora en Tel Aviv. Pertenece a un pasado muy próximo y todavía viven muchos que la conocieron y estimaron y otros que, sin conocerla, recuerdan sus interesantes colaboraciones en el diario Excélsior muchas veces impregnadas de un cierto amargo humorismo. Algunos la evocamos bella, con sus ojos inmensos, su pelo renegrido y su luminosa sonrisa en algún lugar de la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras, entonces –antes de Ciudad Universitaria– ubicada en Mascarones. La dramaturga Elena Guiochins eligió, para hablar de esta mujer que supo latín, aspectos de su vida sostenidos por palabras que alguna vez escribió o que dijo en entrevista.

El título de la obra de Guiochins se basa, según afirma la autora, en una expresión que le era característica y trae a la mente la forma de su muerte en Tel Aviv por una descarga eléctrica al cambiar el foco de una lámpara y tocar con su pie desnudo un charquito de agua en el suelo. Que una vida y una obra tan importantes terminara en estúpido accidente trajo muchas dudas en el medio mexicano acerca de si no se debería a suicidio, versión tremendista pronto acallada. La dramaturga, al presentar diversos pasajes de la vida de Rosario Castellanos, hace concurrir en escena a personajes reales con quienes la protagonista tuvo trato, desde su madre y su nana en la infancia en Comitán, hasta su dolido amor por su esposo Ricardo Guerra –distinguido filósofo, miembro del grupo Hyperion de los años 50– y pone énfasis en su estrecha amistad con la también importante poeta Dolores Castro.

Un mérito de la obra de Elena Guiochins es que, lejos de tener un discurso lineal, ofrece los distintos momentos de la vida de Rosario de manera fragmentaria, lo que puede ser tomado como un rompecabezas pero que más me parece como alguien recordando a un ser querido y en cuyos recuerdos aparecen lugares, personas y hechos sin orden ni concierto, tal como sucede en la realidad. La autora propone a tres actrices para dar tres etapas de su biografiada: Rosario embajadora o Bella dama sin piedad (Blanca Guerra), Rosario estudiante u Oficio de tinieblas (María Inés Pintado ) y Rosario niña o Lívida luz (Haydeé Boetto), las tres correspondiendo a títulos literarios. Sea idea de ella o del director, Alberto Lomnitz, es un acierto que las tres excelentes actrices no se limiten a personificar los momentos que le serían asignados, sino que todas encarnen a la protagonista en todos los momentos y todas se repartan a los otros personajes. A veces, el cambio de actriz y personaje es tan rápido que pone a prueba la capacidad de las actrices, que salen avante.

En una escenografía debida al director, consistente en un arenero, tres sillas que entran y salen, más una lámpara de mesa y tres que descienden del telar, recordando la muerte de la embajadora con que la obra empieza, los personajes se contaminan, dos actrices representan al unísono al doctor De la Fuente, el eminente psiquiatra padre del que fuera rector de la UNAM en la terapia a que se sujetó Rosario. Blanca Guerra, María Inés Pintado y Haydeé Boetto pueden ser Rosario en cada vivencia suya, siempre fincada en el rechazo y la soledad desde el incidente de la muerte del hermano –reproducida en Balún Canán– y las atroces palabras de la madre, hasta las infidelidades de Ricardo Guerra y el dolor que le produjeran. La preciosa amistad que tuvo con la autora de La ciudad y el viento, el reconocimiento y afecto que se le brindaron desde antes de su encargo en la embajada no lograron paliar durante largo tiempo su desamparo, aunque al parecer, en sus últimos años en Israel hubo la posibilidad de un renacimiento amoroso sin los celos y las desaveniencias de su matrimonio, aunque esto último, a lo mejor meras especulaciones, no aparece en escena. Asistir a esta escenificación invita a leer o releer a Rosario Castellanos, ya sea su poesía o su vigente trilogía indigenista.