martes, 12 de julio de 2011

Entrevista a Rosa Nissán

“LOS VIAJES DE MI CUERPO, UN ACTO DE LIBERTAD ABSOLUTA”
ENTREVISTA CON ROSA NISSÁN

Por Mónica Gameros

Tuvimos el agrado de charlar más íntimamente con Rosa Nissán, autora de Los viajes de mi cuerpo, su quinta novela publicada por Editorial Planeta.

Autora también de Novia que te vea, Rosa Nissán asegura en entrevista que su intención al escribir, no es sino un acto de libertad que busca hacer más libres a las mujeres.

Casada hasta los 40 años, la autora nos asegura que aún está batallando por sacarse los limitantes aprendidos en el pasado, esos que no le dejaron ser independiente, aquellos que le esclavizan a lo que se espera de ella, que le provocan a ser entretenida porque así le educaron.

Hoy Rosa Nissán, tiene más años y más experiencias que le provocan a seguir utilizando la literatura como recurso de exorcismo y cómo instrumento de cambio.

Aquí la entrevista que nos permitió conocer más a una mujer que todavía está en la búsqueda de ser otra más libre y más segura.

Mónica Gameros (MG): ¿Qué significa para ti la escritura?

Rosa Nissán (RN): ¡Para mi, escribir es dar y leer es recibir!

MG: ¿Cuándo empiezas a escribir?

RN: Yo empecé bastante grande porque estuve casada hasta los 40 años y para mi, estar casada fue negarme como persona y ser mujer para otros, hasta entonces no pude hacer otra cosa más que atender a mi esposo y a mis cuatros hijos.

MG: ¿Qué es lo que espera de este libro, Los viajes de mi cuerpo? ¿De alguna manera es un auto exorcismo?

RN: Este es el libro que más me gusta y es en el que pude decir... (me mira y guarda un silencio como para recordar más). Bueno sí dije, en todos he dicho, pero aquí lo que yo quise decir fue A ver las chavas como lo leyeron... Mira, hace dos semanas le presté el libro a la señora que me va a ayudar con la limpieza y al siguiente domingo me lo trajo, y yo quería traerla a que presentara el libro. Se llama Belén, ella nunca había leído un libro sin monitos, nunca había terminado un libro y vino corriendo a mi casa y me dice ¡Ayyy, tenía un miedo de que no me hablara para que viniera, porque tengo mucho que hablar con usted!, y empezó a decirme que el libro se lo acabó. Y pues, ella ve tantas telenovelas que me dijo ¡Tiene que hacer la segunda parte, porque a ver, ¿qué pasó con fulanita, eh? y ¿A ver que pasó con merenganito?, y... ¡ya ve, tiene que hacer la segunda parte!. Yo estaba muy feliz con esa mujer. Por ella, quiero ir a presentar este libro a Zaragoza, a Tepito; quiero ir a presentarlo en esos lugares. Le tengo mucho amor a este libro, yo dije muchas cosas ahí. ¡Si para mi, escribir es dar y leer es recibir, entonces, bueno yo lo que tenía que dar, lo di en ese libro!.

MG: ¿Cuál es la necesidad de exponer a dos mujeres opuestas en tu novela?

RN: Es que aquí yo hablo de una mujer muy reprimida, que era un poco gorda, que estuvo educada para pensar que todas las gordas son horribles, que no le gustan a nadie, y resulta que se encuentra a una mucho más gorda que ella pero que es muy atractiva, gusta mucho a los hombres y entonces dice ¡Ahh!, entonces eso fue un mito, una mentira, porque aquí estoy viendo a esta chava que pesa más de 100 kilos y por lo menos 30 más que yo... La otra chava tiene mucho éxito y es muy seductora, está cómoda en su cuerpo. Por cierto que Olivia se llama la muy gorda y Lola Luna se llama la menos gorda, pero Olivia le grita siempre a Lola Luna Yo estoy gorda, pero no acomplejada como tú.

MG: ¿Cuál es la relación entre estas mujeres?

RN: Al principio se miran como opuestas, se rechazan mutuamente...

MG: ¿Debido a una competencia sexual?

RN: NO, no, no. La otra tenía lo que cada una rechazaba. Lola Luna rechaza a Olivia porque es, no sólo gorda sino muy gorda, y Olivia la rechaza a Lola Luna porque la ve nada coqueta, nada sensual, la ve como una mujer sin chiste, la ve gris y es lo que rechaza, una mujer gris con mocasines, con vestidos oscuros, con vestidos anchos, peinada muy... como una monja casi, y eso es lo que expongo, una monja y una puta casi. ¡Y se van a juntar!.

MG: ¿El concepto de libertad está ligado directamente en la novela con la libertad sexual que tiene el personaje de Olivia en Los viajes de mi cuerpo?

RN: Pues sí, más bien, porque la otra tiene 40 años y sólo ha hecho el amor con su marido, pero ¡ayyy por obligación! o ¡ayyy que latoso, ayy que lata!, sin placer.

MG: ¿Qué representa el personaje de Jerónimo en Los viajes de mi cuerpo?

RN: Es el tercer personaje importante. Los papeles protagónicos son dos mujeres y Jerónimo.

MG: ¿Lola Luna, aprende a soltarse gracias a que aprende a estar en silencio con Jerónimo, verdad?

RN: Sí, porque se siente cómoda, ya no tiene que estar quedando bien, con él nunca tuvo que quedar bien, eso la hizo descansar mucho.

MG: ¿Y Jerónimo ayuda a Lola Luna a liberarse un poco?

RN: Sí ayuda a hacerla sentirse bien con su cuerpo, la acepta gordita, ¡le gusta gordita!... ¡La quiere gordita!. ¡Jerónimo le dice a Lola que es virgen!

MG: ¿Qué significa la libertad para Rosa Nissán?

RN: Pues... pensar por mi misma, yo creo.

MG: ¿Rosa tenía la idea, desde chiquita, de que se tenía que casar y tener hijos, o simplemente se vio obligada?

RN: No, es que no tenía ni siquiera otra opción y ahí lo cuento muy bien, en Novia que te vea, yo desde los 12 o 13 años, ya estaba preparada para casarme. Después me di cuenta de que yo no había escogido; me di cuenta de muchas cosas, porque te pones a escribir y no sabes que va a pasar... no lo sabes. ¡Nadie lo sabe!

MG: ¿Qué piensa ahora?

RN: Que no es necesario que uno se haga harakiri para querer a alguien y para vivir con otro, que es que los dos estén con una vida propia, que no somos uno, ni somos la mitad de ninguna costilla; somos dos que nos queremos y que queremos compartir la vida, pero sin anularnos en aras de... ¿de qué?

MG: Si hoy tuviera treinta años ¿cómo le gustaría que fuera su vida?

RN: Pues como la de todas ustedes que tienen 30 años (Otra vez sus ojos se vuelven redondos mientras guarda silencio y como si saliera de un lugar al que se ha ido momentáneamente, responde). No sé, es muy difícil tu pregunta. Para empezar, ahora muchas mujeres no quieren tener hijos, y yo no estoy segura de... ¡Ni de quererlos ni de no quererlos!; son decisiones muy difíciles. Es muy difícil esa decisión, te puede tomar toda la vida. ¡Y nunca vas a saber si la que tomaste fue la mejor!. Yo no la tuve que pensar, simplemente no tenía... ¡No escogí!. No como ahora, que una muchacha como tú, (que) sí puedes escoger. Y no diría directamente ¡Claro, la maternidad!... ¡No!, ¡por eso es difícil!. Son las decisiones difíciles de la vida, como casarse y no casarse, como tener hijos y no tener hijos... ¡Qué cosas tan difíciles!

MG: Y hablando de decisiones difíciles; ser escritora a veces resulta un acto de altruismo puro y un tipo de terapia mental liberalizadora pero ¿Qué le ha dejado contar ya con seis libros en su carrera como escritora? (Sin pensarlo mucho, Rosa Nissán responde bien segura...)

RN: ¡Es un cambio de vida en absoluto!

MG: ¿Se siente como una lupa? ¿Cómo alguien que estuviera estudiándolo todo? ¿Mira algo en especial?

RN: Sí, claro. Todos los que escribimos tenemos que mirar el mundo que nos rodea. Por eso me gustó tanto viajar sola, porque no tenía que atender a nadie, podía mirar sin sentirme que tengo que entretener. Yo estoy educada para ser simpática, para que el otro esté bien y además también he tenido la locura de creer que tengo que entretener a la gente. Mi mamá también la tiene, entonces ya sé de dónde sale. Así me libero de la necesidad de ser simpática, de entretener a los otros.

MG: ¿Cómo es que alguien que está educada para entretener a los otros, puede guardar silencio y observar al mundo? Parece que tuviera dos extremos, una persona con una parte que es muy divertida, muy hilarante y otra que es muy silenciosa...

RN: Quiero vivir a gusto, sin que me digan ¡Oye no me pelas!;. También mis hijos me reclaman mucho, mi esposo les decía ¡Ya ven, su mamá está en su mundo!, bueno casi no me dejaba ni pensar. Yo tengo cuatro hijos y a las mujeres casi ni tener silencios para pensar nos han permitido. Escuchas ¡Caray oye estás muy callada!... ¡No, ni eso, creo que hasta el silencio nos los quitan!

MG: ¿Cuál sería su mayor acto de libertad entonces, el silencio o la palabra?

RN: ¡No!, ¡Con la palabra!. El silencio todavía no lo sé practicar tanto. Cuando estoy con otro, a veces sigo tratando de ser agradable... sigo tratando. En silencio no se estar con otro muy bien. Cuando estoy conmigo, hablo conmigo misma, es cuando me lo puedo permitir. Es que hay veces en que quiero estar conmigo y hay veces en que no quiero estar conmigo, quiero oir al otro o la otra, porque a mi lo que más me gusta en la vida es conocer gente, ¡es lo más bonito para mi!

MG: Si usted tuviera que sugerir la lectura de su libro, ¿que sería lo que usted diría?

RN: Yo pienso que te va a hacer más libre y por eso te lo recomendaría; yo pienso que te va hacer mejor persona!. ¡Es mi ideal!.

MG: ¿Eso es lo que busca con cada libro que hace?

RN: ¡No, eso es con éste en especial!. Para mi escribir es dar, no es otra cosa... ¡Es dar mi experiencia y quizá, lo mejor de mi!

Publicada en la página web del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir

http://www.ilsb.org.mx/05actividades/presentaciones/entrevistaNissan.htm

martes, 19 de octubre de 2010

Salón de belleza, de Mario Bellatin


Mario Bellatin, Salón de belleza, Tusquets, México, 1999.
Por: Alan Abarca Saint Martin
(alumno del Programa de Escritura Creativa)


Despiertas un día y decides hacer un cambio en tu corte de cabello. Sales de casa y caminas hacia el salón de belleza de costumbre. Hay mucha gente afuera, pareciera que tardarías en entrar, sin embargo la gente no va por un corte. Pancartas, gritos y movimientos a favor de la defensa de los derechos es lo que adornan el espectáculo. Observas un aviso del gobierno en la puerta del mismo que dice “CLAUSURADO POR INSANIDAD” y la típica banda amarilla de los policías “PROHIBIDO EL PASO”. ¿Qué es lo que ocurre aquí? Preguntas a uno de los manifestantes. El salón se ha convertido en un Moridero y lo están clausurando, te contesta. ¿Moridero, qué es eso? Mario Bellatin nos responderá esa pregunta.
Salón de belleza (Tusquets, 1999) es una nouvelle que nos narra la historia de un peluquero sin nombre cuyo salón de belleza se convierte en un Moridero. Para saber exactamente qué es esto, le doy la palabra al narrador de la historia: Hace algunos años, mi interés por los acuarios me llevó a decorar mi salón de belleza con peces de distintos colores. Ahora el salón se ha transformado en un Moridero, donde van a terminar sus días quienes no tienen dónde hacerlo, me deprime ver cómo poco a poco los peces han ido desapareciendo . Algunas personas consideran este caso como algo humano, otros, como el gobierno, intentan clausurarlo por romper con las normas de higiene. ¿Por qué el salón de belleza se convierte en un Moridero? Una extraña peste brota en la ciudad, sin embargo no se sabe con exactitud qué es.
Con comparaciones entre las distintas peceras que adornan el salón, Bellatin nos adentra a un mundo donde la unidad y el apoyo es lo importante. Con elementos como la lectura en abismo, el lector observara la situación y muerte de los peces, pero no sólo de ellos, sino también de las personas que se encuentran allí. El autor juega con la estructura de la nouvelle al ir intercalando la situación de los peces con la de los humanos.
El lector experimentará distintas sensaciones con respecto a esta forma de morir tan común en la Edad Media. La nouvelle parece que cuenta la historia del peluquero, pero poniendo mayor atención, el personaje principal es el Moridero mismo. El peluquero sólo es el pretexto para contar la historia. De ahí que no tenga nombre alguno.
En Salón de belleza confluyen distintos aspectos de la vida humana: la ayuda, la tolerancia, las distintas actividades filantrópicas y, sobre todo, el amor de las personas que pareciera no existir en los personajes del Moridero, sin embargo hay una intensa carga de sentimientos por parte de los vivos como de los moribundos.
Este libro es recomendable para aquellas personas que busquen un alivio en la ayuda del prójimo. A pesar de que el peluquero llega a dudar de la decisión que tomó al recoger al primer enfermo e intentar escapar, al final decide compartir su poca vida que le queda con ellos. La decisión de morir asemeja la única salvación. Novela de tolerancia, novela de enfermedad y novela de muerte, Salón de belleza se inserta en una época donde las enfermedades no logran ser vencidas por los adelantos científicos.

martes, 24 de agosto de 2010

Una autobiografía soterrada
Sergio Pitol




Colección: Mar Abierto
Género: Relato y ensayo
ISBN: 978607411038-8
Páginas: 144
P.V.P. $ 169
Fecha publicación: 04/2010
Encuadernación: Rústica, cosido y pegado
Tamaño: 13.5 x 21 cm
autor

Oscilando entre el ensayo y el relato Una autobiografía soterrada examina aquellos recuerdos, viajes y personas que conformaron el estilo de Sergio Pitol: su primer viaje en barco, la escala en La Habana que le deparó una noche alucinante; el influjo de la fiesta; su interés por ambientes e historias familiares; la escritura de sus novelas durante el extenso exilio europeo; su pasión por las zonas oscuras y los seres excéntricos. En los cuatro relatos y la conversación con Carlos Monsiváis aquí reunidas Pitol demuestra ser hijo de todo lo visto y lo soñado, pero también de la literatura misma. Una autobiografía soterrada revela los mecanismos internos de una obra plena de misterios en la cual no es extraño que el autor se transforme en el protagonista de sus propios relatos.

jueves, 5 de agosto de 2010

"Nuestros escarabajos" de Sandra Lorenzano

Acaba de aparecer un libro delicioso: 22 escarabajos. Antología hispánica del cuento Beatle. Para celebrarlo escribí algo sobre mi relación con los “Fab Four”, y es lo que me gustaría compartir.

Quizás era “Yesterday” o “A hard day’s night”. Debía ser el año 66 o 67. Era el cumpleaños de Johnny, un pelirrojito que ya no recuerdo si era compañero mío o de mi hermano, pero cuya casa quedaba al otro lado de las vías. Sé que lo que escribo sobre aquella época suena como si hubiera vivido en el far west. Era en realidad un deep south entrañable en el que la muerte era solamente un invento de Disney, nuestra casa una fortificación a prueba de tormentas y el relato familiar un cuento protector en el que éramos los personajes principales.

Faltaba poco para que la historia sacudiera nuestra infancia; faltaba poco para la muerte del Che en Bolivia (cuya imagen de cristo laico marcó tanto a los que eran apenas un poco mayores que nosotros); faltaba poco para Tlatelolco y para nuestro Cordobazo; para que se llevaran preso a mi padre por “zurdo” durante el primer gobierno militar que tengo en la memoria, el de Onganía y la “noche de los bastones largos” contra la autonomía universitaria. Nosotros le escribíamos cartas y le mandábamos dibujos, y teníamos prohibido contarles nada a nuestros compañeritos.

Mi madre fumaba y usaba biquini en el verano y yo pensaba que con sus 29 años estaba ya un poco mayor para eso. Ella escuchaba a Mozart y a Bach, y él a Duke Ellington y a Charlie Parker, como un personaje de cuento de Julio Cortázar. Escuchaban juntos a Piazzolla que llegaba a revolucionar el tango. Leían Rayuela y Cien años de soledad. Las portadas de las primeras ediciones de ambas novelas forman parte de mi iconografía del afecto. Íbamos, Pablo y yo, a la “democratiquísima” escuela pública, la única que valía la pena, con un democratiquísimo delantal blanco, todos parejos, a pesar de la terriblemente autoritaria ideología que buscaban imponer en el país. En esa democrática escuela en la que los apellidos criollos se mezclaban con los italianos, polacos, turcos y alemanes, unos años después -yo tendría 12- nos prohibieron bailar el “Pata–pata” de Miriam Makeba, tan recordado ahora gracias al mundial de Sudáfrica, por “atrevido” (al poco tiempo comenzarían a usar el término “subversivo”), y nos dijeron que “por ahora” mejor no consideráramos a Cuba un país. Quién sabe en qué acabaría ese relajo empezado por unos marxistas vendepatrias, jóvenes y barbados.

Pero el día del cumpleaños de Johnny aún no habíamos llegado a eso. El nombre del chico pelirrojo y pecoso, hoy me recuerda no sólo una novela de Dashiel Hammet sino el título de Daniel Sada: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe. Pero les juro que es cierto, que hubo un Johnny con pantalones cortos y flequillo, como todos los chicos de mis 6 años.

Tenía dos hermanas mayores, también de eso me acuerdo bien; dos hermanas que debían estar entrando en la adolescencia y que poseían el bien más deseado por un adolescente de aquellos años: un Winco.

Un tocadiscos que es el verdadero protagonista de esta historia. Los varones, como era de esperarse, se pusieron a jugar a la pelota. Las chicas nos pegamos a las hermanas de Johnny. Recuerdo con absoluta claridad – así es de extraña la memoria – el momento en que me preguntaron (cito textualmente): ¿Conocés a los Beatles? Sentí el vacío de la ignorancia.

Como cuando muchos años después, el chico que más me gustaba de toda la Facultad (tampoco había mucho de dónde elegir) me preguntó: “Pero tú, ¿estás de acuerdo con Heidegger?” Reconocer mi ignorancia con respecto al cuarteto de Liverpool me hubiera valido la expulsión del grupo de las “grandes”. Tampoco podía mentir porque me arriesgaba a que me preguntaran, por ejemplo, cuál era mi canción favorita. Así que mascullé una respuesta que no era “ni si ni no, ni blanco ni negro”, como el juego de los días de lluvia, y que a pesar de haber resultado a todas luces ininteligible me dio un salvoconducto.

Lo más probable es que la suya hubiera sido una pregunta más retórica que otra cosa y que no hubieran estado esperando una verdadera respuesta. Finalmente eran adolescentes y lo único que les importaba era escucharse a sí mismas…. ¡Y a los Beatles! Lo que vino después completó mi rito de iniciación: lado A y lado B de un disco sencillo puestos una y otra vez. Yo tenía 6 años, igual que los Beatles, y finalmente nuestros destinos se cruzaban. Dudo que para ellos eso haya tenido algún significado, pero para mí marcó mi entrada para siempre a mi propia generación.

Decía Borges que uno no puede evitar ser su contemporáneo. Y fue ese día, en el cumpleaños de Johnny, que me volví contemporánea de mí misma. Lo demás fue puro amor, como seguramente le pasó a cada uno de ustedes. Pablo y yo ahorrábamos para ir comprando cada uno de sus discos, tuvimos nuestro propio Winco, cantábamos a voz en cuello “I'm getting by with a little help from my friends”. O nos emocionábamos con “Let it be”.

Los Beatles fueron también el punto de inicio de otras relaciones apasionadas que surgieron a través de los años: con los Rolling, con Pink Floyd, con Janis Joplin. Y fue también el modo en que nuestra propia adolescencia se cruzó con aquello que por allá, al sur de todos los sures, se llama “el rock nacional”: Sui Generis en primerísimo lugar, liderado por un jovencito de bigote bicolor llamado Carlos Alberto Moreno Lange, más conocido como Charlie García, el Flaco Spinetta, Lito Nebbia y otros más que aún hoy me enchinan la piel y hacen que, como dice el tango, “se me piante un lagrimón”. Una generación de músicos que había crecido, por supuesto, escuchando a los Beatles.

Pero ahí la historia, con mayúsculas, estaba ya pisándonos los talones. Llegaron la muerte, la destrucción, la violencia y nuestro exilio.

El mundo, nuestro mundo, desapareció para siempre. Los Beatles se separaron. Diez años después mataron a Lennon. Nunca volvimos a ver a nuestro propio Johnny. Y ni siquiera recuerdo los nombres de sus hermanas.

Y sin embargo, ahí están. Pasamos como ellos de la ingenuidad juvenil al compromiso, del desenfado a Vietnam, de las caricaturas a las manifestaciones, del flequillo infantil a los desaparecidos. Nos enamoramos y desenamoramos con sus canciones: “All you need is love”, cantaba Paul y todos sabíamos que teníamos permiso para nuestra saludable dosis de cursilería.

Nos estamos haciendo viejos y ellos siguen con nosotros. Ahora cantamos a los gritos “She loves you ye, ye ,ye” con nuestros hijos que son también ya adultos. Pronto cantaremos con nuestros nietos, seguramente (soy casi antidiluviana). A nuestra propia nostalgia infantil, le sumamos ahora la nostalgia por esas otras infancias que también se perderán. Pero por mucha “Beatles rock band” que haya, por mucho i pod y mp3, por mucha tecnología que se atraviese en el camino, para mí los Beatles siempre sonarán a un disco sencillo – lado A y lado B – en un viejo Winco allá, al otro lado de las vías.


Artículo de Dra. Sandra Lorenzano publicado en El Universal. El 3 de julio de 2010.


http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/48922.html



domingo, 6 de junio de 2010

5 de junio: “Le pasó al país entero”. Por Sandra Lorenzano

Artículo de Sandra Lorenzano publicado en El Universal. 5 de junio de 2010

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/48606.html



Ponerle rostro a una tragedia hace que se vuelva más cercana; que se convierta en una parte de nuestra propia vida. La parte más oscura y dolorosa. La que nos asalta apenas bajamos la guardia. La que nos espera en los malos sueños. Aquella por donde asoman nuestros ausentes, nuestros miedos, nuestras angustias. Por eso, las páginas iniciales del libro de Diego Enrique Osorno, Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC (Publicado por Grijalbo/Random House Mondadori con fecha de junio de 2010), son tan brutales. Porque hay cuarenta y nueve caritas que nos miran desde un pasado en que el horror no se hacía aún presente. Cuarenta y nueve rostros de los chiquitos que murieron en el incendio.

Son fotos que los padres y las madres les tomaron a sus hijos. Como las que tomamos todos. También ustedes y yo. Y ellos. Como todos. Decía Roland Barthes que en las fotografías la muerte es siempre un personaje más. Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. En el caso de las imágenes que nos sorprenden en las primeras páginas del libro de Diego Enrique Osorno, la literalidad de esta idea provoca escalofríos.

Hoy quería hablar de futbol. Se los juro. Pensaba tratar de contagiarme de la “fiebre mundialista”. Celebrar aquí el triunfo de México frente a Italia, o defender la estrategia de Diego Maradona. Lo mismo da. En este momento no tiene importancia. Ninguna. Porque es 5 de junio y se cumple un año de la tragedia de la Guardería ABC. Porque el libro que tengo en las manos, y las páginas de los periódicos, me recuerdan que aún no se ha hecho justicia, como en tantos otros casos en nuestro país. Porque el futbol es siempre parte de nuestra memoria infantil, como nos lo recuerda Luis Miguel Aguilar en su artículo más reciente, y hoy – 5 de junio - no tenemos derecho a hablar de la infancia. Ni de la nuestra, ni de la de nadie. Solamente podemos hablar – conteniendo la respiración, sintiendo dolor y furia a un tiempo – de las infancias truncas de los cuarenta y nueve niños. En la tradición judía a cada muerto joven le corresponde un árbol cortado. Nuevamente la literalidad.

Y en este bosque de pequeños árboles truncos, sólo podemos exigir que se castigue a los culpables. Estas líneas quieren ser un abrazo a las madres y padres que valientemente han emprendido la lucha por la justicia. Para decirles que estamos con ellos. Para sumar voces y más voces que se opongan al silencio del poder.

Carlos Monsiváis tiene razón, como siempre: lo de Hermosillo no le pasó a Hermosillo, le pasó al país entero. Sabemos que algunos querrán extender las redes de la amnesia sobre uno de los peores crímenes colectivos de nuestra historia reciente.

Estoy de acuerdo con lo que dice Ricardo Rocha en su prólogo, no se trata de una “tragedia” sino de un crimen. Algunos querrán extender las sombras del olvido sobre los mecanismos de corrupción e ineficiencia que llevaron a la muerte a cuarenta y nueve chiquitos. Las autoridades estatales y federales, las del Instituto Mexicano del Seguro Social (las de antes y las actuales), los funcionarios que prefirieron “hacerse de la vista gorda” ante las irregularidades de las guarderías subrogadas, los que aún no han cambiado las políticas a través de las cuales se entregan a particulares estas concesiones. “Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias” (Ricardo Rocha en “Las madres más tristes del mundo”, prólogo a Nosotros somos los culpables) . Todos ellos tienen la obligación política, jurídica, pero sobre todo moral, de rendirle cuentas a la sociedad. ¿Por qué al presidente Calderón le cuesta tanto recibir a los padres que han conformado el Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio?

Los ojos de todos los habitantes de México están puestos sobre los responsables. Por lo menos hoy, 5 de junio. No esperando los resultados de los partidos de futbol, sino esperando que se haga justicia. El documento emitido por la Suprema Corte marca, como pocas veces, la línea a seguir. “El costumbrismo nacional de violar la ley hizo que el gobierno de Sonora tuviera una bodega de papelería, sin medida de seguridad alguna, junto a una guardería. Así se dio un incendio en la bodega qué llegó a la guardería. El Máximo Tribunal sigue en el dictamen poniendo al desnudo a las instituciones, nos indica que: a) no había capacidad en los hospitales, b) ambulancias, c) total desorganización en el rescate, y d) El IMSS impidió que los niños fueran trasladados a hospitales en Sacramento California, EU.”, escribió Javier Cruz Angulo en su columna de ayer , dando cuenta de algunas de las muchísimas irregularidades que provocaron las muertes. Necesitamos que las instituciones encargadas de la procuración de justicia cumplan también su papel.

Diego Enrique Osorno construye una obra con las voces de todos; un relato coral para poder transmitirnos el dolor y la angustia que nacieron aquel viernes negro. Para poder transmitirnos la desesperación y la furia. Con las voces de todos. Hoy es 5 de junio y el libro se suma a las cuarenta y nueve caritas que exigen justicia.

5 de junio: “Le pasó al país entero”. Por Sandra Lorenzano

Artículo de Sandra Lorenzano publicado en El Universal. 5 de junio de 2010

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/48606.html



Ponerle rostro a una tragedia hace que se vuelva más cercana; que se convierta en una parte de nuestra propia vida. La parte más oscura y dolorosa. La que nos asalta apenas bajamos la guardia. La que nos espera en los malos sueños. Aquella por donde asoman nuestros ausentes, nuestros miedos, nuestras angustias. Por eso, las páginas iniciales del libro de Diego Enrique Osorno, Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC (Publicado por Grijalbo/Random House Mondadori con fecha de junio de 2010), son tan brutales. Porque hay cuarenta y nueve caritas que nos miran desde un pasado en que el horror no se hacía aún presente. Cuarenta y nueve rostros de los chiquitos que murieron en el incendio.

Son fotos que los padres y las madres les tomaron a sus hijos. Como las que tomamos todos. También ustedes y yo. Y ellos. Como todos. Decía Roland Barthes que en las fotografías la muerte es siempre un personaje más. Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. En el caso de las imágenes que nos sorprenden en las primeras páginas del libro de Diego Enrique Osorno, la literalidad de esta idea provoca escalofríos.

Hoy quería hablar de futbol. Se los juro. Pensaba tratar de contagiarme de la “fiebre mundialista”. Celebrar aquí el triunfo de México frente a Italia, o defender la estrategia de Diego Maradona. Lo mismo da. En este momento no tiene importancia. Ninguna. Porque es 5 de junio y se cumple un año de la tragedia de la Guardería ABC. Porque el libro que tengo en las manos, y las páginas de los periódicos, me recuerdan que aún no se ha hecho justicia, como en tantos otros casos en nuestro país. Porque el futbol es siempre parte de nuestra memoria infantil, como nos lo recuerda Luis Miguel Aguilar en su artículo más reciente, y hoy – 5 de junio - no tenemos derecho a hablar de la infancia. Ni de la nuestra, ni de la de nadie. Solamente podemos hablar – conteniendo la respiración, sintiendo dolor y furia a un tiempo – de las infancias truncas de los cuarenta y nueve niños. En la tradición judía a cada muerto joven le corresponde un árbol cortado. Nuevamente la literalidad.

Y en este bosque de pequeños árboles truncos, sólo podemos exigir que se castigue a los culpables. Estas líneas quieren ser un abrazo a las madres y padres que valientemente han emprendido la lucha por la justicia. Para decirles que estamos con ellos. Para sumar voces y más voces que se opongan al silencio del poder.

Carlos Monsiváis tiene razón, como siempre: lo de Hermosillo no le pasó a Hermosillo, le pasó al país entero. Sabemos que algunos querrán extender las redes de la amnesia sobre uno de los peores crímenes colectivos de nuestra historia reciente.

Estoy de acuerdo con lo que dice Ricardo Rocha en su prólogo, no se trata de una “tragedia” sino de un crimen. Algunos querrán extender las sombras del olvido sobre los mecanismos de corrupción e ineficiencia que llevaron a la muerte a cuarenta y nueve chiquitos. Las autoridades estatales y federales, las del Instituto Mexicano del Seguro Social (las de antes y las actuales), los funcionarios que prefirieron “hacerse de la vista gorda” ante las irregularidades de las guarderías subrogadas, los que aún no han cambiado las políticas a través de las cuales se entregan a particulares estas concesiones. “Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias” (Ricardo Rocha en “Las madres más tristes del mundo”, prólogo a Nosotros somos los culpables) . Todos ellos tienen la obligación política, jurídica, pero sobre todo moral, de rendirle cuentas a la sociedad. ¿Por qué al presidente Calderón le cuesta tanto recibir a los padres que han conformado el Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio?

Los ojos de todos los habitantes de México están puestos sobre los responsables. Por lo menos hoy, 5 de junio. No esperando los resultados de los partidos de futbol, sino esperando que se haga justicia. El documento emitido por la Suprema Corte marca, como pocas veces, la línea a seguir. “El costumbrismo nacional de violar la ley hizo que el gobierno de Sonora tuviera una bodega de papelería, sin medida de seguridad alguna, junto a una guardería. Así se dio un incendio en la bodega qué llegó a la guardería. El Máximo Tribunal sigue en el dictamen poniendo al desnudo a las instituciones, nos indica que: a) no había capacidad en los hospitales, b) ambulancias, c) total desorganización en el rescate, y d) El IMSS impidió que los niños fueran trasladados a hospitales en Sacramento California, EU.”, escribió Javier Cruz Angulo en su columna de ayer , dando cuenta de algunas de las muchísimas irregularidades que provocaron las muertes. Necesitamos que las instituciones encargadas de la procuración de justicia cumplan también su papel.

Diego Enrique Osorno construye una obra con las voces de todos; un relato coral para poder transmitirnos el dolor y la angustia que nacieron aquel viernes negro. Para poder transmitirnos la desesperación y la furia. Con las voces de todos. Hoy es 5 de junio y el libro se suma a las cuarenta y nueve caritas que exigen justicia.

5 de junio: “Le pasó al país entero”. Por Sandra Lorenzano

Artículo de Sandra Lorenzano publicado en El Universal. 5 de junio de 2010

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/48606.html



Ponerle rostro a una tragedia hace que se vuelva más cercana; que se convierta en una parte de nuestra propia vida. La parte más oscura y dolorosa. La que nos asalta apenas bajamos la guardia. La que nos espera en los malos sueños. Aquella por donde asoman nuestros ausentes, nuestros miedos, nuestras angustias. Por eso, las páginas iniciales del libro de Diego Enrique Osorno, Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC (Publicado por Grijalbo/Random House Mondadori con fecha de junio de 2010), son tan brutales. Porque hay cuarenta y nueve caritas que nos miran desde un pasado en que el horror no se hacía aún presente. Cuarenta y nueve rostros de los chiquitos que murieron en el incendio.

Son fotos que los padres y las madres les tomaron a sus hijos. Como las que tomamos todos. También ustedes y yo. Y ellos. Como todos. Decía Roland Barthes que en las fotografías la muerte es siempre un personaje más. Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. En el caso de las imágenes que nos sorprenden en las primeras páginas del libro de Diego Enrique Osorno, la literalidad de esta idea provoca escalofríos.

Hoy quería hablar de futbol. Se los juro. Pensaba tratar de contagiarme de la “fiebre mundialista”. Celebrar aquí el triunfo de México frente a Italia, o defender la estrategia de Diego Maradona. Lo mismo da. En este momento no tiene importancia. Ninguna. Porque es 5 de junio y se cumple un año de la tragedia de la Guardería ABC. Porque el libro que tengo en las manos, y las páginas de los periódicos, me recuerdan que aún no se ha hecho justicia, como en tantos otros casos en nuestro país. Porque el futbol es siempre parte de nuestra memoria infantil, como nos lo recuerda Luis Miguel Aguilar en su artículo más reciente, y hoy – 5 de junio - no tenemos derecho a hablar de la infancia. Ni de la nuestra, ni de la de nadie. Solamente podemos hablar – conteniendo la respiración, sintiendo dolor y furia a un tiempo – de las infancias truncas de los cuarenta y nueve niños. En la tradición judía a cada muerto joven le corresponde un árbol cortado. Nuevamente la literalidad.

Y en este bosque de pequeños árboles truncos, sólo podemos exigir que se castigue a los culpables. Estas líneas quieren ser un abrazo a las madres y padres que valientemente han emprendido la lucha por la justicia. Para decirles que estamos con ellos. Para sumar voces y más voces que se opongan al silencio del poder.

Carlos Monsiváis tiene razón, como siempre: lo de Hermosillo no le pasó a Hermosillo, le pasó al país entero. Sabemos que algunos querrán extender las redes de la amnesia sobre uno de los peores crímenes colectivos de nuestra historia reciente.

Estoy de acuerdo con lo que dice Ricardo Rocha en su prólogo, no se trata de una “tragedia” sino de un crimen. Algunos querrán extender las sombras del olvido sobre los mecanismos de corrupción e ineficiencia que llevaron a la muerte a cuarenta y nueve chiquitos. Las autoridades estatales y federales, las del Instituto Mexicano del Seguro Social (las de antes y las actuales), los funcionarios que prefirieron “hacerse de la vista gorda” ante las irregularidades de las guarderías subrogadas, los que aún no han cambiado las políticas a través de las cuales se entregan a particulares estas concesiones. “Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias” (Ricardo Rocha en “Las madres más tristes del mundo”, prólogo a Nosotros somos los culpables) . Todos ellos tienen la obligación política, jurídica, pero sobre todo moral, de rendirle cuentas a la sociedad. ¿Por qué al presidente Calderón le cuesta tanto recibir a los padres que han conformado el Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio?

Los ojos de todos los habitantes de México están puestos sobre los responsables. Por lo menos hoy, 5 de junio. No esperando los resultados de los partidos de futbol, sino esperando que se haga justicia. El documento emitido por la Suprema Corte marca, como pocas veces, la línea a seguir. “El costumbrismo nacional de violar la ley hizo que el gobierno de Sonora tuviera una bodega de papelería, sin medida de seguridad alguna, junto a una guardería. Así se dio un incendio en la bodega qué llegó a la guardería. El Máximo Tribunal sigue en el dictamen poniendo al desnudo a las instituciones, nos indica que: a) no había capacidad en los hospitales, b) ambulancias, c) total desorganización en el rescate, y d) El IMSS impidió que los niños fueran trasladados a hospitales en Sacramento California, EU.”, escribió Javier Cruz Angulo en su columna de ayer , dando cuenta de algunas de las muchísimas irregularidades que provocaron las muertes. Necesitamos que las instituciones encargadas de la procuración de justicia cumplan también su papel.

Diego Enrique Osorno construye una obra con las voces de todos; un relato coral para poder transmitirnos el dolor y la angustia que nacieron aquel viernes negro. Para poder transmitirnos la desesperación y la furia. Con las voces de todos. Hoy es 5 de junio y el libro se suma a las cuarenta y nueve caritas que exigen justicia.