Mario Bellatin, Salón de belleza, Tusquets, México, 1999.
Por: Alan Abarca Saint Martin (alumno del Programa de Escritura Creativa)
Despiertas un día y decides hacer un cambio en tu corte de cabello. Sales de casa y caminas hacia el salón de belleza de costumbre. Hay mucha gente afuera, pareciera que tardarías en entrar, sin embargo la gente no va por un corte. Pancartas, gritos y movimientos a favor de la defensa de los derechos es lo que adornan el espectáculo. Observas un aviso del gobierno en la puerta del mismo que dice “CLAUSURADO POR INSANIDAD” y la típica banda amarilla de los policías “PROHIBIDO EL PASO”. ¿Qué es lo que ocurre aquí? Preguntas a uno de los manifestantes. El salón se ha convertido en un Moridero y lo están clausurando, te contesta. ¿Moridero, qué es eso? Mario Bellatin nos responderá esa pregunta. Salón de belleza (Tusquets, 1999) es una nouvelle que nos narra la historia de un peluquero sin nombre cuyo salón de belleza se convierte en un Moridero. Para saber exactamente qué es esto, le doy la palabra al narrador de la historia: Hace algunos años, mi interés por los acuarios me llevó a decorar mi salón de belleza con peces de distintos colores. Ahora el salón se ha transformado en un Moridero, donde van a terminar sus días quienes no tienen dónde hacerlo, me deprime ver cómo poco a poco los peces han ido desapareciendo . Algunas personas consideran este caso como algo humano, otros, como el gobierno, intentan clausurarlo por romper con las normas de higiene. ¿Por qué el salón de belleza se convierte en un Moridero? Una extraña peste brota en la ciudad, sin embargo no se sabe con exactitud qué es. Con comparaciones entre las distintas peceras que adornan el salón, Bellatin nos adentra a un mundo donde la unidad y el apoyo es lo importante. Con elementos como la lectura en abismo, el lector observara la situación y muerte de los peces, pero no sólo de ellos, sino también de las personas que se encuentran allí. El autor juega con la estructura de la nouvelle al ir intercalando la situación de los peces con la de los humanos. El lector experimentará distintas sensaciones con respecto a esta forma de morir tan común en la Edad Media. La nouvelle parece que cuenta la historia del peluquero, pero poniendo mayor atención, el personaje principal es el Moridero mismo. El peluquero sólo es el pretexto para contar la historia. De ahí que no tenga nombre alguno. En Salón de belleza confluyen distintos aspectos de la vida humana: la ayuda, la tolerancia, las distintas actividades filantrópicas y, sobre todo, el amor de las personas que pareciera no existir en los personajes del Moridero, sin embargo hay una intensa carga de sentimientos por parte de los vivos como de los moribundos. Este libro es recomendable para aquellas personas que busquen un alivio en la ayuda del prójimo. A pesar de que el peluquero llega a dudar de la decisión que tomó al recoger al primer enfermo e intentar escapar, al final decide compartir su poca vida que le queda con ellos. La decisión de morir asemeja la única salvación. Novela de tolerancia, novela de enfermedad y novela de muerte, Salón de belleza se inserta en una época donde las enfermedades no logran ser vencidas por los adelantos científicos.
martes, 24 de agosto de 2010
Una autobiografía soterrada Sergio Pitol
Colección: Mar Abierto Género: Relato y ensayo ISBN: 978607411038-8 Páginas: 144 P.V.P. $ 169 Fecha publicación: 04/2010 Encuadernación: Rústica, cosido y pegado Tamaño: 13.5 x 21 cm autor
Oscilando entre el ensayo y el relato Una autobiografía soterrada examina aquellos recuerdos, viajes y personas que conformaron el estilo de Sergio Pitol: su primer viaje en barco, la escala en La Habana que le deparó una noche alucinante; el influjo de la fiesta; su interés por ambientes e historias familiares; la escritura de sus novelas durante el extenso exilio europeo; su pasión por las zonas oscuras y los seres excéntricos. En los cuatro relatos y la conversación con Carlos Monsiváis aquí reunidas Pitol demuestra ser hijo de todo lo visto y lo soñado, pero también de la literatura misma. Una autobiografía soterrada revela los mecanismos internos de una obra plena de misterios en la cual no es extraño que el autor se transforme en el protagonista de sus propios relatos.
Acaba de aparecer un libro delicioso: 22 escarabajos. Antología hispánica del cuento Beatle. Para celebrarlo escribí algo sobre mi relación con los “Fab Four”, y es lo que me gustaría compartir.
Quizás era “Yesterday” o “A hard day’s night”. Debía ser el año 66 o 67. Era el cumpleaños de Johnny, un pelirrojito que ya no recuerdo si era compañero mío o de mi hermano, pero cuya casa quedaba al otro lado de las vías. Sé que lo que escribo sobre aquella época suena como si hubiera vivido en el far west. Era en realidad un deep south entrañable en el que la muerte era solamente un invento de Disney, nuestra casa una fortificación a prueba de tormentas y el relato familiar un cuento protector en el que éramos los personajes principales.
Faltaba poco para que la historia sacudiera nuestra infancia; faltaba poco para la muerte del Che en Bolivia (cuya imagen de cristo laico marcó tanto a los que eran apenas un poco mayores que nosotros); faltaba poco para Tlatelolco y para nuestro Cordobazo; para que se llevaran preso a mi padre por “zurdo” durante el primer gobierno militar que tengo en la memoria, el de Onganía y la “noche de los bastones largos” contra la autonomía universitaria. Nosotros le escribíamos cartas y le mandábamos dibujos, y teníamos prohibido contarles nada a nuestros compañeritos.
Mi madre fumaba y usaba biquini en el verano y yo pensaba que con sus 29 años estaba ya un poco mayor para eso. Ella escuchaba a Mozart y a Bach, y él a Duke Ellington y a Charlie Parker, como un personaje de cuento de Julio Cortázar. Escuchaban juntos a Piazzolla que llegaba a revolucionar el tango. Leían Rayuela y Cien años de soledad. Las portadas de las primeras ediciones de ambas novelas forman parte de mi iconografía del afecto. Íbamos, Pablo y yo, a la “democratiquísima” escuela pública, la única que valía la pena, con un democratiquísimo delantal blanco, todos parejos, a pesar de la terriblemente autoritaria ideología que buscaban imponer en el país. En esa democrática escuela en la que los apellidos criollos se mezclaban con los italianos, polacos, turcos y alemanes, unos años después -yo tendría 12- nos prohibieron bailar el “Pata–pata” de Miriam Makeba, tan recordado ahora gracias al mundial de Sudáfrica, por “atrevido” (al poco tiempo comenzarían a usar el término “subversivo”), y nos dijeron que “por ahora” mejor no consideráramos a Cuba un país. Quién sabe en qué acabaría ese relajo empezado por unos marxistas vendepatrias, jóvenes y barbados.
Pero el día del cumpleaños de Johnny aún no habíamos llegado a eso. El nombre del chico pelirrojo y pecoso, hoy me recuerda no sólo una novela de Dashiel Hammet sino el título de Daniel Sada: Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe. Pero les juro que es cierto, que hubo un Johnny con pantalones cortos y flequillo, como todos los chicos de mis 6 años.
Tenía dos hermanas mayores, también de eso me acuerdo bien; dos hermanas que debían estar entrando en la adolescencia y que poseían el bien más deseado por un adolescente de aquellos años: un Winco.
Un tocadiscos que es el verdadero protagonista de esta historia. Los varones, como era de esperarse, se pusieron a jugar a la pelota. Las chicas nos pegamos a las hermanas de Johnny. Recuerdo con absoluta claridad – así es de extraña la memoria – el momento en que me preguntaron (cito textualmente): ¿Conocés a los Beatles? Sentí el vacío de la ignorancia.
Como cuando muchos años después, el chico que más me gustaba de toda la Facultad (tampoco había mucho de dónde elegir) me preguntó: “Pero tú, ¿estás de acuerdo con Heidegger?” Reconocer mi ignorancia con respecto al cuarteto de Liverpool me hubiera valido la expulsión del grupo de las “grandes”. Tampoco podía mentir porque me arriesgaba a que me preguntaran, por ejemplo, cuál era mi canción favorita. Así que mascullé una respuesta que no era “ni si ni no, ni blanco ni negro”, como el juego de los días de lluvia, y que a pesar de haber resultado a todas luces ininteligible me dio un salvoconducto.
Lo más probable es que la suya hubiera sido una pregunta más retórica que otra cosa y que no hubieran estado esperando una verdadera respuesta. Finalmente eran adolescentes y lo único que les importaba era escucharse a sí mismas…. ¡Y a los Beatles! Lo que vino después completó mi rito de iniciación: lado A y lado B de un disco sencillo puestos una y otra vez. Yo tenía 6 años, igual que los Beatles, y finalmente nuestros destinos se cruzaban. Dudo que para ellos eso haya tenido algún significado, pero para mí marcó mi entrada para siempre a mi propia generación.
Decía Borges que uno no puede evitar ser su contemporáneo. Y fue ese día, en el cumpleaños de Johnny, que me volví contemporánea de mí misma. Lo demás fue puro amor, como seguramente le pasó a cada uno de ustedes. Pablo y yo ahorrábamos para ir comprando cada uno de sus discos, tuvimos nuestro propio Winco, cantábamos a voz en cuello “I'm getting by with a little help from my friends”. O nos emocionábamos con “Let it be”.
Los Beatles fueron también el punto de inicio de otras relaciones apasionadas que surgieron a través de los años: con los Rolling, con Pink Floyd, con Janis Joplin. Y fue también el modo en que nuestra propia adolescencia se cruzó con aquello que por allá, al sur de todos los sures, se llama “el rock nacional”: Sui Generis en primerísimo lugar, liderado por un jovencito de bigote bicolor llamado Carlos Alberto Moreno Lange, más conocido como Charlie García, el Flaco Spinetta, Lito Nebbia y otros más que aún hoy me enchinan la piel y hacen que, como dice el tango, “se me piante un lagrimón”. Una generación de músicos que había crecido, por supuesto, escuchando a los Beatles.
Pero ahí la historia, con mayúsculas, estaba ya pisándonos los talones. Llegaron la muerte, la destrucción, la violencia y nuestro exilio.
El mundo, nuestro mundo, desapareció para siempre. Los Beatles se separaron. Diez años después mataron a Lennon. Nunca volvimos a ver a nuestro propio Johnny. Y ni siquiera recuerdo los nombres de sus hermanas.
Y sin embargo, ahí están. Pasamos como ellos de la ingenuidad juvenil al compromiso, del desenfado a Vietnam, de las caricaturas a las manifestaciones, del flequillo infantil a los desaparecidos. Nos enamoramos y desenamoramos con sus canciones: “All you need is love”, cantaba Paul y todos sabíamos que teníamos permiso para nuestra saludable dosis de cursilería.
Nos estamos haciendo viejos y ellos siguen con nosotros. Ahora cantamos a los gritos “She loves you ye, ye ,ye” con nuestros hijos que son también ya adultos. Pronto cantaremos con nuestros nietos, seguramente (soy casi antidiluviana). A nuestra propia nostalgia infantil, le sumamos ahora la nostalgia por esas otras infancias que también se perderán. Pero por mucha “Beatles rock band” que haya, por mucho i pod y mp3, por mucha tecnología que se atraviese en el camino, para mí los Beatles siempre sonarán a un disco sencillo – lado A y lado B – en un viejo Winco allá, al otro lado de las vías.
Artículo de Dra. Sandra Lorenzano publicado en El Universal. El 3 de julio de 2010.
Ponerle rostro a una tragedia hace que se vuelva más cercana; que se convierta en una parte de nuestra propia vida. La parte más oscura y dolorosa. La que nos asalta apenas bajamos la guardia. La que nos espera en los malos sueños. Aquella por donde asoman nuestros ausentes, nuestros miedos, nuestras angustias. Por eso, las páginas iniciales del libro de Diego Enrique Osorno, Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC (Publicado por Grijalbo/Random House Mondadori con fecha de junio de 2010), son tan brutales. Porque hay cuarenta y nueve caritas que nos miran desde un pasado en que el horror no se hacía aún presente. Cuarenta y nueve rostros de los chiquitos que murieron en el incendio.
Son fotos que los padres y las madres les tomaron a sus hijos. Como las que tomamos todos. También ustedes y yo. Y ellos. Como todos. Decía Roland Barthes que en las fotografías la muerte es siempre un personaje más. Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. En el caso de las imágenes que nos sorprenden en las primeras páginas del libro de Diego Enrique Osorno, la literalidad de esta idea provoca escalofríos.
Hoy quería hablar de futbol. Se los juro. Pensaba tratar de contagiarme de la “fiebre mundialista”. Celebrar aquí el triunfo de México frente a Italia, o defender la estrategia de Diego Maradona. Lo mismo da. En este momento no tiene importancia. Ninguna. Porque es 5 de junio y se cumple un año de la tragedia de la Guardería ABC. Porque el libro que tengo en las manos, y las páginas de los periódicos, me recuerdan que aún no se ha hecho justicia, como en tantos otros casos en nuestro país. Porque el futbol es siempre parte de nuestra memoria infantil, como nos lo recuerda Luis Miguel Aguilar en su artículo más reciente, y hoy – 5 de junio - no tenemos derecho a hablar de la infancia. Ni de la nuestra, ni de la de nadie. Solamente podemos hablar – conteniendo la respiración, sintiendo dolor y furia a un tiempo – de las infancias truncas de los cuarenta y nueve niños. En la tradición judía a cada muerto joven le corresponde un árbol cortado. Nuevamente la literalidad.
Y en este bosque de pequeños árboles truncos, sólo podemos exigir que se castigue a los culpables. Estas líneas quieren ser un abrazo a las madres y padres que valientemente han emprendido la lucha por la justicia. Para decirles que estamos con ellos. Para sumar voces y más voces que se opongan al silencio del poder.
Carlos Monsiváis tiene razón, como siempre: lo de Hermosillo no le pasó a Hermosillo, le pasó al país entero. Sabemos que algunos querrán extender las redes de la amnesia sobre uno de los peores crímenes colectivos de nuestra historia reciente.
Estoy de acuerdo con lo que dice Ricardo Rocha en su prólogo, no se trata de una “tragedia” sino de un crimen. Algunos querrán extender las sombras del olvido sobre los mecanismos de corrupción e ineficiencia que llevaron a la muerte a cuarenta y nueve chiquitos. Las autoridades estatales y federales, las del Instituto Mexicano del Seguro Social (las de antes y las actuales), los funcionarios que prefirieron “hacerse de la vista gorda” ante las irregularidades de las guarderías subrogadas, los que aún no han cambiado las políticas a través de las cuales se entregan a particulares estas concesiones. “Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias” (Ricardo Rocha en “Las madres más tristes del mundo”, prólogo a Nosotros somos los culpables) . Todos ellos tienen la obligación política, jurídica, pero sobre todo moral, de rendirle cuentas a la sociedad. ¿Por qué al presidente Calderón le cuesta tanto recibir a los padres que han conformado el Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio?
Los ojos de todos los habitantes de México están puestos sobre los responsables. Por lo menos hoy, 5 de junio. No esperando los resultados de los partidos de futbol, sino esperando que se haga justicia. El documento emitido por la Suprema Corte marca, como pocas veces, la línea a seguir. “El costumbrismo nacional de violar la ley hizo que el gobierno de Sonora tuviera una bodega de papelería, sin medida de seguridad alguna, junto a una guardería. Así se dio un incendio en la bodega qué llegó a la guardería. El Máximo Tribunal sigue en el dictamen poniendo al desnudo a las instituciones, nos indica que: a) no había capacidad en los hospitales, b) ambulancias, c) total desorganización en el rescate, y d) El IMSS impidió que los niños fueran trasladados a hospitales en Sacramento California, EU.”, escribió Javier Cruz Angulo en su columna de ayer , dando cuenta de algunas de las muchísimas irregularidades que provocaron las muertes. Necesitamos que las instituciones encargadas de la procuración de justicia cumplan también su papel.
Diego Enrique Osorno construye una obra con las voces de todos; un relato coral para poder transmitirnos el dolor y la angustia que nacieron aquel viernes negro. Para poder transmitirnos la desesperación y la furia. Con las voces de todos. Hoy es 5 de junio y el libro se suma a las cuarenta y nueve caritas que exigen justicia.
Ponerle rostro a una tragedia hace que se vuelva más cercana; que se convierta en una parte de nuestra propia vida. La parte más oscura y dolorosa. La que nos asalta apenas bajamos la guardia. La que nos espera en los malos sueños. Aquella por donde asoman nuestros ausentes, nuestros miedos, nuestras angustias. Por eso, las páginas iniciales del libro de Diego Enrique Osorno, Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC (Publicado por Grijalbo/Random House Mondadori con fecha de junio de 2010), son tan brutales. Porque hay cuarenta y nueve caritas que nos miran desde un pasado en que el horror no se hacía aún presente. Cuarenta y nueve rostros de los chiquitos que murieron en el incendio.
Son fotos que los padres y las madres les tomaron a sus hijos. Como las que tomamos todos. También ustedes y yo. Y ellos. Como todos. Decía Roland Barthes que en las fotografías la muerte es siempre un personaje más. Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. En el caso de las imágenes que nos sorprenden en las primeras páginas del libro de Diego Enrique Osorno, la literalidad de esta idea provoca escalofríos.
Hoy quería hablar de futbol. Se los juro. Pensaba tratar de contagiarme de la “fiebre mundialista”. Celebrar aquí el triunfo de México frente a Italia, o defender la estrategia de Diego Maradona. Lo mismo da. En este momento no tiene importancia. Ninguna. Porque es 5 de junio y se cumple un año de la tragedia de la Guardería ABC. Porque el libro que tengo en las manos, y las páginas de los periódicos, me recuerdan que aún no se ha hecho justicia, como en tantos otros casos en nuestro país. Porque el futbol es siempre parte de nuestra memoria infantil, como nos lo recuerda Luis Miguel Aguilar en su artículo más reciente, y hoy – 5 de junio - no tenemos derecho a hablar de la infancia. Ni de la nuestra, ni de la de nadie. Solamente podemos hablar – conteniendo la respiración, sintiendo dolor y furia a un tiempo – de las infancias truncas de los cuarenta y nueve niños. En la tradición judía a cada muerto joven le corresponde un árbol cortado. Nuevamente la literalidad.
Y en este bosque de pequeños árboles truncos, sólo podemos exigir que se castigue a los culpables. Estas líneas quieren ser un abrazo a las madres y padres que valientemente han emprendido la lucha por la justicia. Para decirles que estamos con ellos. Para sumar voces y más voces que se opongan al silencio del poder.
Carlos Monsiváis tiene razón, como siempre: lo de Hermosillo no le pasó a Hermosillo, le pasó al país entero. Sabemos que algunos querrán extender las redes de la amnesia sobre uno de los peores crímenes colectivos de nuestra historia reciente.
Estoy de acuerdo con lo que dice Ricardo Rocha en su prólogo, no se trata de una “tragedia” sino de un crimen. Algunos querrán extender las sombras del olvido sobre los mecanismos de corrupción e ineficiencia que llevaron a la muerte a cuarenta y nueve chiquitos. Las autoridades estatales y federales, las del Instituto Mexicano del Seguro Social (las de antes y las actuales), los funcionarios que prefirieron “hacerse de la vista gorda” ante las irregularidades de las guarderías subrogadas, los que aún no han cambiado las políticas a través de las cuales se entregan a particulares estas concesiones. “Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias” (Ricardo Rocha en “Las madres más tristes del mundo”, prólogo a Nosotros somos los culpables) . Todos ellos tienen la obligación política, jurídica, pero sobre todo moral, de rendirle cuentas a la sociedad. ¿Por qué al presidente Calderón le cuesta tanto recibir a los padres que han conformado el Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio?
Los ojos de todos los habitantes de México están puestos sobre los responsables. Por lo menos hoy, 5 de junio. No esperando los resultados de los partidos de futbol, sino esperando que se haga justicia. El documento emitido por la Suprema Corte marca, como pocas veces, la línea a seguir. “El costumbrismo nacional de violar la ley hizo que el gobierno de Sonora tuviera una bodega de papelería, sin medida de seguridad alguna, junto a una guardería. Así se dio un incendio en la bodega qué llegó a la guardería. El Máximo Tribunal sigue en el dictamen poniendo al desnudo a las instituciones, nos indica que: a) no había capacidad en los hospitales, b) ambulancias, c) total desorganización en el rescate, y d) El IMSS impidió que los niños fueran trasladados a hospitales en Sacramento California, EU.”, escribió Javier Cruz Angulo en su columna de ayer , dando cuenta de algunas de las muchísimas irregularidades que provocaron las muertes. Necesitamos que las instituciones encargadas de la procuración de justicia cumplan también su papel.
Diego Enrique Osorno construye una obra con las voces de todos; un relato coral para poder transmitirnos el dolor y la angustia que nacieron aquel viernes negro. Para poder transmitirnos la desesperación y la furia. Con las voces de todos. Hoy es 5 de junio y el libro se suma a las cuarenta y nueve caritas que exigen justicia.
Ponerle rostro a una tragedia hace que se vuelva más cercana; que se convierta en una parte de nuestra propia vida. La parte más oscura y dolorosa. La que nos asalta apenas bajamos la guardia. La que nos espera en los malos sueños. Aquella por donde asoman nuestros ausentes, nuestros miedos, nuestras angustias. Por eso, las páginas iniciales del libro de Diego Enrique Osorno, Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC (Publicado por Grijalbo/Random House Mondadori con fecha de junio de 2010), son tan brutales. Porque hay cuarenta y nueve caritas que nos miran desde un pasado en que el horror no se hacía aún presente. Cuarenta y nueve rostros de los chiquitos que murieron en el incendio.
Son fotos que los padres y las madres les tomaron a sus hijos. Como las que tomamos todos. También ustedes y yo. Y ellos. Como todos. Decía Roland Barthes que en las fotografías la muerte es siempre un personaje más. Lo que fue ya no existe. Lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. En el caso de las imágenes que nos sorprenden en las primeras páginas del libro de Diego Enrique Osorno, la literalidad de esta idea provoca escalofríos.
Hoy quería hablar de futbol. Se los juro. Pensaba tratar de contagiarme de la “fiebre mundialista”. Celebrar aquí el triunfo de México frente a Italia, o defender la estrategia de Diego Maradona. Lo mismo da. En este momento no tiene importancia. Ninguna. Porque es 5 de junio y se cumple un año de la tragedia de la Guardería ABC. Porque el libro que tengo en las manos, y las páginas de los periódicos, me recuerdan que aún no se ha hecho justicia, como en tantos otros casos en nuestro país. Porque el futbol es siempre parte de nuestra memoria infantil, como nos lo recuerda Luis Miguel Aguilar en su artículo más reciente, y hoy – 5 de junio - no tenemos derecho a hablar de la infancia. Ni de la nuestra, ni de la de nadie. Solamente podemos hablar – conteniendo la respiración, sintiendo dolor y furia a un tiempo – de las infancias truncas de los cuarenta y nueve niños. En la tradición judía a cada muerto joven le corresponde un árbol cortado. Nuevamente la literalidad.
Y en este bosque de pequeños árboles truncos, sólo podemos exigir que se castigue a los culpables. Estas líneas quieren ser un abrazo a las madres y padres que valientemente han emprendido la lucha por la justicia. Para decirles que estamos con ellos. Para sumar voces y más voces que se opongan al silencio del poder.
Carlos Monsiváis tiene razón, como siempre: lo de Hermosillo no le pasó a Hermosillo, le pasó al país entero. Sabemos que algunos querrán extender las redes de la amnesia sobre uno de los peores crímenes colectivos de nuestra historia reciente.
Estoy de acuerdo con lo que dice Ricardo Rocha en su prólogo, no se trata de una “tragedia” sino de un crimen. Algunos querrán extender las sombras del olvido sobre los mecanismos de corrupción e ineficiencia que llevaron a la muerte a cuarenta y nueve chiquitos. Las autoridades estatales y federales, las del Instituto Mexicano del Seguro Social (las de antes y las actuales), los funcionarios que prefirieron “hacerse de la vista gorda” ante las irregularidades de las guarderías subrogadas, los que aún no han cambiado las políticas a través de las cuales se entregan a particulares estas concesiones. “Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias” (Ricardo Rocha en “Las madres más tristes del mundo”, prólogo a Nosotros somos los culpables) . Todos ellos tienen la obligación política, jurídica, pero sobre todo moral, de rendirle cuentas a la sociedad. ¿Por qué al presidente Calderón le cuesta tanto recibir a los padres que han conformado el Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio?
Los ojos de todos los habitantes de México están puestos sobre los responsables. Por lo menos hoy, 5 de junio. No esperando los resultados de los partidos de futbol, sino esperando que se haga justicia. El documento emitido por la Suprema Corte marca, como pocas veces, la línea a seguir. “El costumbrismo nacional de violar la ley hizo que el gobierno de Sonora tuviera una bodega de papelería, sin medida de seguridad alguna, junto a una guardería. Así se dio un incendio en la bodega qué llegó a la guardería. El Máximo Tribunal sigue en el dictamen poniendo al desnudo a las instituciones, nos indica que: a) no había capacidad en los hospitales, b) ambulancias, c) total desorganización en el rescate, y d) El IMSS impidió que los niños fueran trasladados a hospitales en Sacramento California, EU.”, escribió Javier Cruz Angulo en su columna de ayer , dando cuenta de algunas de las muchísimas irregularidades que provocaron las muertes. Necesitamos que las instituciones encargadas de la procuración de justicia cumplan también su papel.
Diego Enrique Osorno construye una obra con las voces de todos; un relato coral para poder transmitirnos el dolor y la angustia que nacieron aquel viernes negro. Para poder transmitirnos la desesperación y la furia. Con las voces de todos. Hoy es 5 de junio y el libro se suma a las cuarenta y nueve caritas que exigen justicia.
Un cuadrado de arena, tres lámparas colgantes más tres actrices que se desdoblan en Rosario Castellanos y varios personajes entrañables que la acompañaron en su trayecto existencial, algunos reales y otros ficticios,son los elementos claves del montaje: "Prendida de las lámparas" que tiene una acertada dramaturgia de Elena Guiochins y una sensible dirección de Alberto Lomnitz.
Blanca Guerra, María Inés Pintado y Haydé Boetto son las actrices encargadas de darle vida a una puesta en escena, que se va construyendo y desconstruyendo a modo de un rompecabezas, una puesta donde hay vaivén entre los recuerdos y las vivencias, donde la materia prima son episodios capitales de la vida de Rosario Castellanos, así como fragmentos de algunos de sus poemas, cartas y entrevistas. El título de la obra "Prendida de las lámparas" viene de una frase que continuamente repetía la escritora, sobre todo en sus momentos de desaliento o angustia, presagio de su muerte acaecida el 7 de agosto de 1974, cuando se electrocutó con una lámpara en su casa de Tel Aviv. Tiempos en que era embajadora de México en Israel. El paisaje interior de Rosario Castellanos queda expuesto con bellas imágenes plásticas en esta puesta en escena, que apuesta por la sencillez y el talento de las intérpretes, que se aleja de artificios del multimedia, que prefiere la naturalidad. Elena Guiochins extrapola algunos momentos estelares de una vida un tanto difícil, como la difícil relación amorosa que sostuvo con Ricardo Guerra, que para la poeta fue como estar sentados frente al tablero de ajedrez para ver quien daba el jaque mate final, su infancia en Comitán Chiapas y sus sentimientos de culpa ante la temprana muerte de su hermano Minchito, su vocación literaria y esa su defensa de la condición femenina, entre otros temas. Se incluyen poemas como: "Autorretrato", "Amanecer", "El rescate del mundo", entre otros y fragmentos reveladores de las cartas que ella le escribía a Guerra. "Prendida de las lámparas" fusiona buena dramaturgia, con una dirección creativa y con tres actrices que dan lo mejor de sí mismas, en un viaje que no es lineal, sino que es calidóscopico. Uno de los momentos climáticos, es cuando le preguntan el porque escribe y ella simplemente responde: "Porque una vez, me miré al espejo y no había nada, cuando los demás chorreaban de importancia." "Prendida de las lámparas" es simplemente un tributo amoroso a Rosario Castellanos, una mujer excepcional, que es evocada en escena. Esta obra se presenta jueves y viernes a las 20 horas, sábados a las 19 y domingos a las 18 horas en el Teatro El Granero "Xavier Rojas" del Centro Cultural del Bosque. Altamente recomendable.
En el 2005, aburridos de leer libros solemnes y plomizos, de ver como la industria editorial (mexicana) doblaba, dobla, las manos frente al mercado, Vivian Abenshushan y Luigi Amara fundaron Tumbona Ediciones. Su proposito: crear libros lúdicos, explosivos, y knockouts. Para no extender más esta introducción y hacerla, precisamente, plomiza y solemne, los dejo con/en la Tumbona. ***
Luigi Amara: “¿Por qué hacer una editorial y contribuir a esa montaña de libros?” ***
Saúl Hernández: Si ya se contribuyó a esa montaña de libros, ¿qué hacer para que ésta se mueva, para que no esté inmóvil?
LA: Nosotros hemos apelado a la imaginación, justamente porque carecemos de dinero para hacer los libros, para promoverlos, para difundirlos. Nos parece que la industria del libro está viciada en casi todos los aspectos por el sesgo comercial; entonces, digamos, es una paradoja, porque tampoco el libro puede prescindir de un circuito comercial. Hemos intentado que las presentaciones de los libros sean diferentes, las hemos hecho con videos, con videos satíricos, que los libros se encuentren en otros lugares que no son las librerías, que la gente se los tope en lugares imprevistos. Sabemos que mucha gente no entra a las librerías. Si quieres que los libros lleguen a los lectores, tienes que sacarlos de ahí. Ver de qué manera hacer del libro un objeto no serio, no impositivo, no un deber. Las campañas a favor de la lectura tienen ese sesgo moralino, bienpensante: “es bueno leer”.
Vivian Abenshushan: “Aquí aprovecho para responder a una de las preguntas más frecuentes de nuestros lectores: ¿qué demonios es una tumbona?, ¿una veracruzana con caderas voluptuosas?, ¿una madriza?, ¿una banda de pueblo con retintín? Nada de eso. Tumbona es una silla extensible y articulada, que puede disponerse en forma de canapé, es decir, de forma cuasi horizontal, la posición perfecta para la lectura, la contemplación del paisaje o de uno mismo.” ***
LA: Nos interesa que el libro y la lectura sea un objeto placentero de ver, de leer, de hojear, de tener. Pensando en el mundo digital, es un proyecto un poco arcaico en la medida en que todavía cree en el fetichismo del objeto libro.
SH: Quizá tiene ver con el juego, con el libro como un objeto lúdico. Me llama la atención que trabajen con flipbooks porque no conocía una editorial mexicana que se interesara en ellos. ¿Por qué incluyeron los flipbooks en su proyecto editorial?
Volé miles de kilómetros para encontrarme con ella, removí cielo y tierra para conseguir su teléfono, le llamé insistentemente cuatro o cinco días y cuando por fin la tuve delante me dijo que no iba a darme la entrevista. Primero se mostró fría, como si la cosa no fuera conmigo; cuando nos sentamos a conversar, su puso como un tigre. ¿El motivo? Una fotografía de Borges en los mingitorios del Antiguo Colegio de San Ildefonso que yo había publicado tres años antes, en junio de 1996, cuando se cumplía una década de la muerte del gran escritor argentino.
Con la carta en la que le solicitaba la entrevista, le había mandado aquel número ilustrado con las fotos que le hizo Rogelio Cuéllar a Borges en 1973, la primera vez que estuvo en México. Aunque María Kodama nunca me contestó, viajé a Buenos Aires donde tenía concertados encuentros, entre otros, con Ricardo Piglia, César Aira y María Esther Vázquez. Finalmente, gracias a la intermediación de un alto funcionario del mundo del libro argentino, la viuda de Borges me concedió veinte minutos no sin antes manifestarme explícitamente su enojo. Si cuando publiqué mi “Crónica del centenario” (Viceversa, agosto de 1999) dejé fuera la transcripción literal de los argumentos que me dio para reprobar la publicación de la imagen, once años más tarde la recupero para ponerla junto al testimonio de Rogelio Cuéllar sobre las circunstancias en las que hizo la foto. Ésta, por cierto, la he escaneado del número donde apareció originalmente, por lo que mantengo mi promesa de no publicarla de nuevo.
Los hechos, según los conté en agosto de 1999 “Usted”, me dijo, “¿ha sido el responsable de esa revista desde hace tiempo?” Yo le dije que sí, que yo había sido el director de Viceversa desde el principio. “Entonces, ¿fue usted quien permitió publicar esa foto en la que Borges aparece en el toilette...?”. De pronto tuve en la mente la extraordinaria foto de cuerpo entero de Borges que publicamos a dos páginas, tomada casi de perfil, con el bastón descansando entre el brazo derecho y el costado, el zapato visible perfectamente boleado, mientras orina en un mingitorio.
Publicado en: El Universal. Sección Letras + Artes, 27 de febrero de 2010.
“Amanecí con ganas de leer a Pavese. No sé si a ustedes les pasa esto: despertarse no sólo con antojo de café, de leche con chocolate, de cigarro o de mate amargo, sino con antojo de poesía.”
La Jornada http://www.jornada.unam.mx/2009/11/12/index.php?section=opinion&article=a04a1cul
Prendida de las lámparas Por: Olga Harmony
Resulta muy difícil aprehender una personalidad tan compleja como la de Rosario Castellanos, aun con independencia de su talento como poeta y narradora que le dio un sitio muy relevante en la literatura mexicana del siglo XX. Feminista sin pertenecer a algún movimiento, promotora del Teatro Petén en Comitán, abogada de la causa indígena, distinguida universitaria, embajadora en Tel Aviv. Pertenece a un pasado muy próximo y todavía viven muchos que la conocieron y estimaron y otros que, sin conocerla, recuerdan sus interesantes colaboraciones en el diario Excélsior muchas veces impregnadas de un cierto amargo humorismo. Algunos la evocamos bella, con sus ojos inmensos, su pelo renegrido y su luminosa sonrisa en algún lugar de la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras, entonces –antes de Ciudad Universitaria– ubicada en Mascarones. La dramaturga Elena Guiochins eligió, para hablar de esta mujer que supo latín, aspectos de su vida sostenidos por palabras que alguna vez escribió o que dijo en entrevista.
El título de la obra de Guiochins se basa, según afirma la autora, en una expresión que le era característica y trae a la mente la forma de su muerte en Tel Aviv por una descarga eléctrica al cambiar el foco de una lámpara y tocar con su pie desnudo un charquito de agua en el suelo. Que una vida y una obra tan importantes terminara en estúpido accidente trajo muchas dudas en el medio mexicano acerca de si no se debería a suicidio, versión tremendista pronto acallada. La dramaturga, al presentar diversos pasajes de la vida de Rosario Castellanos, hace concurrir en escena a personajes reales con quienes la protagonista tuvo trato, desde su madre y su nana en la infancia en Comitán, hasta su dolido amor por su esposo Ricardo Guerra –distinguido filósofo, miembro del grupo Hyperion de los años 50– y pone énfasis en su estrecha amistad con la también importante poeta Dolores Castro.
Un mérito de la obra de Elena Guiochins es que, lejos de tener un discurso lineal, ofrece los distintos momentos de la vida de Rosario de manera fragmentaria, lo que puede ser tomado como un rompecabezas pero que más me parece como alguien recordando a un ser querido y en cuyos recuerdos aparecen lugares, personas y hechos sin orden ni concierto, tal como sucede en la realidad. La autora propone a tres actrices para dar tres etapas de su biografiada: Rosario embajadora o Bella dama sin piedad (Blanca Guerra), Rosario estudiante u Oficio de tinieblas (María Inés Pintado ) y Rosario niña o Lívida luz (Haydeé Boetto), las tres correspondiendo a títulos literarios. Sea idea de ella o del director, Alberto Lomnitz, es un acierto que las tres excelentes actrices no se limiten a personificar los momentos que le serían asignados, sino que todas encarnen a la protagonista en todos los momentos y todas se repartan a los otros personajes. A veces, el cambio de actriz y personaje es tan rápido que pone a prueba la capacidad de las actrices, que salen avante.
En una escenografía debida al director, consistente en un arenero, tres sillas que entran y salen, más una lámpara de mesa y tres que descienden del telar, recordando la muerte de la embajadora con que la obra empieza, los personajes se contaminan, dos actrices representan al unísono al doctor De la Fuente, el eminente psiquiatra padre del que fuera rector de la UNAM en la terapia a que se sujetó Rosario. Blanca Guerra, María Inés Pintado y Haydeé Boetto pueden ser Rosario en cada vivencia suya, siempre fincada en el rechazo y la soledad desde el incidente de la muerte del hermano –reproducida en Balún Canán– y las atroces palabras de la madre, hasta las infidelidades de Ricardo Guerra y el dolor que le produjeran. La preciosa amistad que tuvo con la autora de La ciudad y el viento, el reconocimiento y afecto que se le brindaron desde antes de su encargo en la embajada no lograron paliar durante largo tiempo su desamparo, aunque al parecer, en sus últimos años en Israel hubo la posibilidad de un renacimiento amoroso sin los celos y las desaveniencias de su matrimonio, aunque esto último, a lo mejor meras especulaciones, no aparece en escena. Asistir a esta escenificación invita a leer o releer a Rosario Castellanos, ya sea su poesía o su vigente trilogía indigenista.